Por: Lina Ximena Parra Mejía
La televisión llegó a
Colombia el 13 de junio de 1954, durante el mandato del General Gustavo Rojas
Pinilla, lo cual es algo irónico al tener en cuenta que la gran mayoría de la producción
televisiva del país ha sido liderada por: El Capo, la viuda negra, El Cartel de
los sapos y Pablo Escobar: el patrón del mal, entre muchas otras.
El problema que encuentro con
estos programas no tiene que ver con la violencia que aparece en las pantallas.
Muchas veces esto lo único que ha hecho es mostrar la realidad del país, así
que ahí solo se ven los hechos al desnudo. Tampoco culpo a los programas guerrilleros o
de narcotráfico de la supuesta inseguridad que producen en Colombia, al bombardear
a los televidentes de historias de marginados que por medio de las armas
construyen una imperio forjado por la injusticia, desigualdad, hurto y muerte.
Lo que sí me molesta es que
aquellas producciones al reflejar la vida privada de estos maleantes logran que
los televidentes empaticen con ellos y justifiquen
sus actos al denominarlos víctimas del gobierno, como si acaso eso les diera
una excusa. Claro ejemplo es el caso de la novela de Pablo Escobar, por la cual
cientos de televidentes sintieron pesar cuando su protagonista murió. Esa
historia logró durante su emisión conmover a gran número de personas y las
mantuvo hablando de cuán beneficios sus negocios
de narcotráfico fueron para muchos.
Mi relación con la
televisión colombiana es casi nula. Desde hace mucho no me siento con interés frente
a la pantalla a pasar el rato y uno de las cosas que más recuerdo con durante mi infancia era ver con pereza, luego
del almuerzo, aquel clásico odiado por la mayoría de los colombianos “Padres e
Hijos”. Y aunque muchas veces las actuaciones daban lástima y la frustración de
los televidentes con los personajes crecía por capítulo puedo decir con seguridad que fue uno de los pocos programas colombianos que me gustó.
El principal problema que
veo con las novelas colombianas es que son presentadas diarias, así que aquella presión que hay es el de alargar los culebrones de tal manera que salen con
sosas muy rebuscadas que personalmente me desagradan. Las producciones el tiempo de crear escenas de calidad. Que le
llamen la atención al televidente. Definitivamente prefiero la televisión estadounidense
la cual aunque me hacen esperar una semana para ver el próximo capítulo. Por lo menos las historias no se enfocan tanto en el aburrimiento de seguir con la cámara al protagonista, porque no hay nada más aburrido que aquello.
No creo que la idea de mostrar a los "malos" como Pablo Escobar, Los Castaños, el capo entre otros, sea para que la población se ponga de parte de ellos. Andres Parra, Julian Román y Marlon Moreno simplemente actúan el comportamiento de sus personajes sin juzgarlos, es bueno ver el otro lado de la moneda, sí tienes razón al decir que no hay que olvidar que ellos son los delincuentes, pero es realmente delicioso ver como un personaje puede ser ángel y demonio como lo somos todos al final de cuentas.
ResponderEliminarA mi también me gustó padres e hijos, les guste o no fue un programa que se mantuvo durante mucho tiempo porque se sentían identificados. Y al final de cuentas eso es lo que busca la televisión, una mera identificación y mucha reflexión. En la segunda nos falta mucho.